Eva.
El ruido seco de la mordida, el jugo blanquecino que corre a las comisuras, el perfume que se desprende de la carne del fruto desgarrado, desnudez y ojos se cruzan por vez primera. Había placer y, al hallarlo, buscamos más, debajo incluso de la piel donde escarbaríamos si pudiésemos. Es una víctima ahora, pobre él y su músculo, su garganta, sus sentidos por completo absorbidos por mi voracidad. Que me acusen. Pagará él el placer de todos los culpables.