Me atraganto con una tapa de botella, una chapita. En medio de la oscuridad siento con horror que las puntas del borde estrellado se me clavan en la garganta, en lo profundo de la carne de la campanilla. Sólo la luz de la ventana se me figura, muda e inútil desde el lado derecho de la cama.
La chapita, una chapita en mi garganta, dios. Trato de sacarla tosiendo, se incrusta más, desespero. El aire se me acaba, se materializa una línea bajando el límite verde fosforescente. Los ojos abiertos en la negrura buscan salvación para el cuerpo dejándose alumbrar por los números rojos de las 4:37 que amenazan en la oscuridad. Emito un quejido ronco y agudo, no sé si mis manos llegan al cuello pero tengo la sensación de estar intentándolo.
Hasta que empiezo a pensar: -Me dejó otro tipo más, cómo me duele carajo, ya va a pasar, despertate del todo para no volver a soñar lo mismo. El aire llega, la garganta se abre, la chapita vuelve a la mente envasada como recuerdo y duermo otra vez mi sueño, que es un ancho listón oscuro, sedoso y sucio como una alfombra tendida en la calle, que acabaría pisoteada inexorablemente.