sábado, septiembre 15, 2007

La Ridícula

Se compra un par de zapatos rojos con sus últimos centavos. Se pinta primorosamente las uñas de las manos y de los pies. Endulza su piel con aromas de durazno y perfume de magnolias. Carga en su bolso los palillos de batería, los cosméticos, el paraguas de la China y los zapatitos nuevos, cosa de sacarse las botitas acordonadas también rojas, y ponérselos en algún baño público antes de la cita. Viaja hasta La Boca, el barrio le gusta, toma la clase y mientras aprende el toque del redoblante piensa en que la noche es buena y terminará siendo aún mejor, por fin, luego de tanta derrota. Espera el momento de oír sonar el telefonito ése, para esperar que él la pase a buscar, para que la bese de imprevisto, para deleitarse viendo cómo él se las arregla para que ese beso nunca deje de ser de imprevisto, para que la lleve a ese telo que entre los dos eligieron por internet pasándose links, y que se quiten la ropa desesperadamente, que se hagan el amor, que se cojan, que se rían, que se cuenten sus días desde el último, que sostengan esos bellísimos duelos dialécticos colmados de amabilidades y mutuos elogios, que tejan esas afinidades que la enriquecen. Mete la mano en el bolso, pensando en dónde cambiarse los zapatos.
Un Mensaje Nuevo, avisa el telefonito:

-Perdón. No puedo.

Y La Boca de pronto se la devora, resbala en su garganta oscura y maloliente, las calles se hacen hostiles, el frío recrudece, la llovizna deja de brillar y ahora es vidrio en polvo que se le mete en los ojos. El monedero queda vacío y la lleva en colectivo a los brazos de otro, que la recibe con bondad y generosamente, si bien insiste hasta la exasperación en sacarle la ropa, si bien se la coje sin piedad, comiéndose con la mano el manjar que alguien más dejó enfriar en la mesa.
Y duerme desnuda en el abrazo equivocado. Una vez más, Ridícula.