martes, mayo 31, 2016


Había muerto mi padre y mi cuerpo lo comprendió aquel día.
Graniza furiosamente en la esquina de nuestra casa. Tras el vidrio del almacén nos ofrecen refugio, nos negamos a dejar de ver aquello.

Confundo todavía la violencia de la piedra que destrozó esos parabrisas que no me importaron jamás con la mansedumbre de la nieve que se posó en mis manos tiempo después. Ambas me trajeron a mi padre y su vida trunca: Una con la crudeza del despertar en llanto, la otra con una belleza que no conoció jamás.